Siempre ha sido motivo de discusión el sentido de ir a la escuela. La pregunta de si vale la pena las madrugadas, las horas de estadía en el salón, la asistencia a clases, las formaciones y todo lo que se hace en la escuela, es decir, si sirve para la vida misma, es un interrogante desde mucho tiempo atrás tanto por parte de expertos en educación como de la gente del común, de padres de familia y de docentes.
Los opositores de la escuela como mecanismo social de educación han afirmado que gran parte de lo que se hace y enseña en la escuela no se utilizará en la vida misma, que los problemas de álgebra y algoritmos matemáticos, la lectura y análisis de las obras literarias, las jornadas reguladas por un horario bajo las normas de un docente, se quedan en el salón de clase y en la memoria de los estudiantes como una experiencia traumática. Dicen también que la escuela no es más que un mecanismo político y una estrategia del mundo industrializado y capitalista para liberar a los trabajadores de la obligación de ocuparse de la educación de sus hijos para que puedan cumplir con las jornadas de trabajo y producción en las empresas.
No obstante lo anterior y con una mirada más objetiva, habría que considerar la escuela como uno de los contextos más reales que existen y donde se viven experiencias que se replican en todos los contextos existentes fuera de ella, pero además permite, bajo la orientación de los docentes, fortalecer las diferentes dimensiones humanas para resolver los problemas cotidianos. En la escuela se aprende a compartir con los demás, a trabajar en equipo, a asumir responsabilidades, a respetar las diferencias y a ser cortés, asuntos fundamentales para vivir sanamente en una sociedad.
Desligar a la escuela de la cotidianidad es alejar a la escuela del sentido y la importancia que tiene para la vida misma. La escuela prepara para la vida, no la recrea, no es un ejercicio teatral, sino que es la vida donde se enfrentan problemas, se vive en sociedad, se construye una imagen, se resuelven necesidades. En la escuela se fortalece el pensamiento, la crítica, la imaginación, la creatividad, las habilidades físicas y artísticas como en la casa se aprende modales, respeto, cooperación, trabajo que luego permitirán resolver el día a día en sociedad. Separar la escuela de la vida misma es considerar que "la escuela es un gran estacionamiento donde se dejan parqueados a los hijos mientras los papás realizan sus diligencias".
En este orden de ideas se actúa en la escuela como se actúa en la calle y en la casa, no son en el fondo contextos diferentes porque son la vida misma. No hay un mundo en el que solo es válido lo aprendido en la escuela, ni una calle donde no tiene importancia lo aprendido en la casa. Por eso cada situación en la escuela es tan importante que merece la atención suficiente de nuestra parte.
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